Caí… como un niño ingenuo…
Y luego volví a levantarme… miré adelante, que es donde uno siempre debe mirar, esperando verla ahí… pero no estaba.
Tal vez merezco otra cosa en realidad… tal vez merezco alguien que me quiera de corazón por la persona que soy, por dentro y por fuera.
Tal vez la inocencia me ciega y me empuja a equivocarme de manera constante y dolorosa… tal vez la esperanza que intento enterrar por todos los medios posibles está en realidad más viva que nunca y escondida en cada esquina… acechando… y dispuesta a asestar la próxima puñalada.
Quizá la próxima sea la definitiva, o puede que no duela tanto como la anterior… ¿puede uno acostumbrarse a las puñaladas? ¿puede uno convivir largo tiempo con el dolor sin ser finalmente presa de la desesperación?…
… y sus caminos se separaron… el adiós sonó a un «hasta luego»… caminó sin mirar atrás, a pesar de querer girarse y comprobar si ella se giraba también, no lo hizo… decidió dejar que todo siguiera su curso.
Todo ha terminado, como siempre, antes de empezar.
Mientras, en el exterior de la habitación, la noche avanza… otra noche de ojos abiertos, inquietos, rastreando el lejano horizonte, y la cercana espesura… todo silencio, salvo el leve zumbido del ordenador…
Buscando números y colores… un sonido lejano… un cercano movimiento… ojos rojizos y cansados por el esfuerzo, ojos tristes… ojos que lloran sin lágrimas, lágrimas que se secan en algún sitio muy adentro, que se quedan pegadas a las paredes del agotado corazón… un corazón que pesa cada día más… insoportable peso que termina por vencer cuando de nuevo la esperanza vuelve a la carga…
En la habitación el tiempo se detiene… siempre es de noche… siempre hay silencio… salvo el zumbido del ordenador…